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Le doy vueltas al asunto tratando de concebir el término de Independencia, me pregunto si esto refiere directamente a negar la idea de Institución; sin embargo considero que el punto no está precisamente anclado al hecho de rechazar lo que de la Institución provenga.

 

Pero hay un asunto que personalmente sí rechazo de la institucionalidad, sobre todo en mi contexto oaxaqueño; y es que desde que tengo memoria, a Oaxaca y a su cultura se le nombra con un respeto exagerado porque se le considera cuna de artistas, artesanos y grandes maestros. Se vende la idea, a escala internacional, de la potencialidad cultural del Estado oaxaqueño. Podemos caminar por las calles y mirar gente con cartoncillos bajo la axila paseándose por ahí, a turistas tomándole fotos a todo lo que sea de colores. Justo en este momento, mientras intento escribir algo al respecto, se me interrumpe por una voz grave de un tipo español que vive sobre mi techo cantando con gran potencia “¡Oaxaca, Oaxaca!” en un tono de festividad hippie, alabando, acompañado de su guitarra, su felicidad de estar aquí. Por un lado me perturba y no me permite concentrarme en el teclado; por otro lado, hace evidente esta sensación de fastidio ante las manifestaciones artísticas que se someten al sistema al considerar, de un modo casi hiperreal, la magnificencia de Oaxaca.

 

Y es que no es para menos, a donde quiera que mires, este parque temático ha sido acondicionado por los gobiernos para ofrecer a los visitantes la maravillosa experiencia de habitar una cuna de tradiciones y costumbres ancestrales.

 

Por otro lado, terrible resulta ver que, mientras se presume de la riqueza cultural oaxaqueña, hay miles de oaxaqueños ignorantes de lo que su gobierno vende; y peor es observar a sus propios habitantes aplaudir y construir personajes hipócritas que se esconden enmascarados de radicalidad e independencia para obtener un poco de ganancia de la institución.

 

Aunque esto no es una generalidad, sí es importante mencionarlo, porque así como no tolero la violencia, no tolero la mentira en una de las labores que debiera ser funcional para la mayoría de los artistas y no sólo para algunos cuantos: el de la gestión.

 

No me refiero a que todos en Oaxaca deban adquirir las habilidades y volverse productores o comerciantes de arte, porque sólo estaría promoviendo lo que al inicio de este texto critico; se trata, más bien, de asumir la responsabilidad de lo que es un estado artístico y cultural y no dejarlo sólo en las manos de los que están más informados, porque si bien es necesaria la Institución, lo son también los factores que hacen de ésta un elemento válido. Se trata entonces de que, quienes hemos asumido ya tener una postura dentro de los sistemas de producción y distribución de la obra de arte desde la creación de espacios independientes hasta como artistas buscando espacios de promoción a nuestro trabajo, hagamos la tarea de informar a la gente sobre estos mecanismos, políticas y circuitos que enuncian a Oaxaca como una potencia cultural, para que la Institución prevalezca como un sustento y vínculo entre otros circuitos, por su visibilidad y contactos políticos y se convierta entonces en una herramienta útil y no sólo un proveedor.

 

Mientras mantengamos un público informado sobre la manera en la que se gesta el arte en un sitio con un contexto tan específico como el oaxaqueño, habremos de ganar aliados en cuanto al poder de la distribución de nuestro trabajo desde nuestro propio contexto. Considero importante que ante la institución podamos tener claros nuestros objetivos como promotores, gestores o productores de arte, no negarla y tampoco ser hipócritas desperdiciando el dinero público que con recelo comparten en cada beca.

 

Está bien generar Espacios Independientes, ampliar la oferta en la industria cultural que emprende el Estado, pero también hay que ser claros y no jugar a una doble moral en el interminable “te quiero pero no te quiero” con las instituciones, cuando en la relación a veces nos regalan flores y otras nos esconden en el clóset de los cachivaches para que no nos vean cuando viene gente importante.

 

Por otro lado, se puede mantener la postura de respeto y crítica a la institución; es decir, yo, espacio independiente, funciono en paralelo a ti institución y no nos vinculamos, ya que por fortuna, bajo la corriente de la independencia muy pocas veces los objetivos se ven cooptados al contrario de el tener que mantener el contrato institucional. Sin embargo no se trata de no mirar las políticas culturales oaxaqueñas, ya que deben ser funcionales por que evidentemente generan beneficios, el problema no está en ello sino más bien en el querer hacer taruga a la comunidad que genera esos benefactores. Por lo tanto si hemos de acercarnos a la institución no neguemos nuestros objetivos y seamos claros. Por que el caminar como radicales anti‐institucionales que perciben créditos de la institución por esa supuesta oposición no es más que hipocresía pura y beneficia de nuevo, como en un principio a los más cercanos.

 

Si miramos a la institución como un pulpo gigante de mil cabezas no nos convirtamos en los pececillos intocables a expensas de convenios desfigurados. Seamos coherentes y no hijos bastardos del sistema.

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Adriana de la Rosa (Oaxaca, 1988).

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Cursó la Licenciatura en Artes Plásticas y Visuales de la Escuela de Bellas Artes, en la Universidad Autónoma Benito Juárez de Oaxaca y la Especialización en Arte Contemporáneo en las clínicas CEACO de La Curtiduría en Oaxaca. Así mismo ha participado en exhibiciones colectivas estatales, nacionales e internacionales en espacios independientes, galerías y museos como: El Chilar (Oaxaca), Museo del Eco(DF), MUAC (D.F), SMART Project Space (Holanda) y Casa de Cultura (Marruecos), MUPO (Oaxaca). Participó en la 4a. Bienal de Venecia en Bogotá, Colombia y tomó parte del SITAC XII Arte, justamente (2015) Actualmente dirige su Espacio Independiente "Casa Rosa" y su proyecto "La Pozoliza”, también es coordinadora académica de las Clínicas para la Especialización en Arte Contemporáneo del espacio "La Curtiduría".

DIÁLOGO: Manuel Guerrero (ciudad de México, 1994), P-100.

 

Hace tiempo que “Independencia” no parece figurar —desde mi punto de vista— como un término que nos ayude demasiado en la reflexión sobre este momento histórico en el que artistas, críticos, gestores, curadores, y cualquier otro agente de esta red, nos encontramos trabajando. En parte, mi valoración de su obsolescencia viene cuando pienso que la independencia, por definición general, lleva consigo —como lo apunta el texto— un rechazo tajante respecto a cualquier tipo de colaboración con una institución. Lo curioso de este tipo de perspectiva es que deja a los agentes en red como personajes pasivos del vaivén político: este momento en el que la política ha dejado de significar un asunto que se realiza a puerta cerrada —cuyo único reporte de resultados era el Diario Oficial de la Federación o en los discursos televisados— es un deber retomar el ejercicio de la política con una conciencia autónoma más que independiente.

Ya que la independencia se ha tornado la bandera de una serie de simulacros celebrados en plazas públicas cada 15 de septiembre y no nos ha dejado más que la pregunta “¿de qué somos independientes?”. Pensar de un modo autónomo es más que una simple sustitución de términos.

 

Mientras la independencia se perfila dentro de un marco de emancipación, la autonomía se nos plantea como un reconocimiento de alternativas, una negociación constante entre el modo de vida actual dentro del proceso de autocomposición de la sociedad viva. Y esta incorporación en la sociedad viva, pienso, sólo se podría dar en tanto nos reconocemos adscritos a un contexto de particularidades económicas/políticas/sociales y culturales, distinto de, incluso, el individuo que se encuentra compartiendo el asiento con nosotros en el transporte público. Como sujetos desarrollados en un contexto específico, de ciertos intereses, ¿Qué responsabilidad tenemos los artistas y gestores culturales frente a determinados contextos socioculturales? Esta es una pregunta pertinente, remitiéndome al texto con el que se me ha sugerido dialogar, dado el clima de contradicciones que se advierte en las acciones y en los discursos políticos que se divulgan oficialmente.

 

Pensar de manera autónoma, en el sentido de incorporar en lugar de emancipar, nos conduciría a un entendimiento de la práctica artística y la gestión cultural más allá de la recalcitrante miopía de las “mafias” o “élites” de la cultura, entregando cualquier proyecto a un discurso fatalista en el que se le augura un rotundo fracaso: la generación de estrategias, de diálogos con las instituciones —contando con su apoyo o no— en pro de un compromiso con determinado contexto sociocultural, nos conduciría a una perspectiva más clara sobre lo que queremos decir cuando, de modo inocente, nos referimos a Independencia.

“Arte sin revolución”, Colectivo Tlacolulokos, 2014. Oaxaca

“Arte sin revolución”, Colectivo Tlacolulokos, 2014. Oaxaca

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